miércoles, 24 de diciembre de 2008

El moderno siglo.

0 comentarios

JUSTIFICACIÓN

¡Qué difícil le resulta iniciar un texto al escritor novel, en ciernes, de domingo por la tarde, de tarjetas de aniversario y felicitaciones de Navidad, sin tocarlo a la moda que iniciara sir Walter Scott en su Ivanhoe allá por el 1819!
Cierto es que esta moda ya tenía sus precedentes – hijos espúreos- en otras partes del corpus histórico de la literatura universal, pero la paternidad se le atribuye al escocés porque, en la República de las Letras, los movimientos, las tendencias, los estilos y los periodos deben llevar, siempre, el nombre y apellidos de un padre ilustre (digamos ahora también madre) y han de poderse señalar con el dedo en la esfera del reloj de los nacimientos para que no incomoden demasiado a la pacífica y continuada marcha de dicha sagrada comunidad.
¿Qué moda? Pues no es otra que la de embellecer el busto de lo escrito con un latinajo, una frase célebre o un pensamiento que se haya dicho antes y que venga más o menos a cuento con lo que se dirá después.
¿La motivación para hacerlo? A pollino entre la erudición y la estética, es quizá el resultado de un vínculo afectivo que se establece entre lo leído antes y lo escrito ahora, una estampa de la erótica del tóner: algo así como el onanismo de las letras.
Así pues, ya que estamos en ciernes, muy cerca de la Navidad y es domingo, no nos resistamos:

(…) Yo vi al célebre Jovellanos boca abajo sin tocar la almohada, para no descomponer los bucles.
José SOMOZA.
Acusatio non petita...
Sí, sí, pero lo cierto es que en la Universidad, en el año 2008, la peripecia de la literatura, del estudio de los estudios de la literatura, se resuelve con la misma fórmula que la lectura de una obra de ficción. En esta hora atómica de las letras, el estudiante de Filología no puede aspirar a saber (tal y como hiciera su homónimo en los tiempos del doctor Menéndez Pidal) sino a resignarse en conocer, porque el tiempo apremia, la lista de publicaciones es infinita y ya las dudas se resuelven con una toma de electricidad, una banda ancha y un simple clic (en este orden). Y no está mal, no vayan a creer que el que suscribe se obceca en usar siempre el viejo método de “cada cosa en su momento”, no: consciente, anónimo y con una cifra por nombre marcho en las filas del batallón del tiempo que me ha tocado vivir.
Pero como decía más arriba, la fórmula es la misma: el solo libro que instruye o da solaz es el libro que abre sus puertas a otros libros (incluso los que todavía no se han escrito) y que extiende su palabra más allá del universo que encierran sus cubiertas. Tal es el caso de la obra que pretendo reseñar aquí.

Pero antes, en honor de los libros que llevan a otros libros, he de decir que aunque mi primera pretensión (a ojos cerrados, claro) fue leer y reseñar la obra de Joaquín Álvarez, circunstancias más o menos ajenas a mi persona me llevaron a escoger otra lectura ya que el ejemplar en cuestión no se encontraba a disposición del público en la Biblioteca de la Facultad cuando lo fui a buscar. Opté entonces por reseñar la obra Heterodoxos y Prerrománticos (1974) del profesor José Luís Cano, quizá por la patente similitud de su título con el trabajo del doctor Álvarez Barrientos, y hallé en él (es verdad que sólo en su primera parte) un gran estímulo en la figura del heterodoxo de Piedrahita, José Somoza, y un interés vivant por Cienfuegos y Lista. También topé en esta obra con una respuesta que me satisfizo en alto grado a la pregunta que una vez me formulé durante las clases en la Facultad y que no era otra que la de conocer cual fue el verdadero motivo que llevó al exilio en Mallorca a Gaspar Melchor de Jovellanos: El pretexto fue un breve informe que el Rey encargó a Jovellanos, como ministro de Gracia y Justicia, acerca del Tribunal de la Inquisición. El informe redactado por Jovellanos nos aconsejaba, entre otras cosas, que se quitara al Santo Oficio el poder de censurar libros, porque «sus individuos son ignorantes y no pueden juzgar sin los calificadores; porque lo son estos también, pues no estando dotados, los empleos recaen en frailes, que lo toman sólo por el platillo; que ignoran las lenguas extrañas; que sólo saben un poco de teología escolástica y de moral casuística…» (…). CANO, J.L., Heterodoxos y Prerrománticos, Pág. 116.


Estas pequeñas perlas de saber me llevaron a tomar la decisión de esperar a que el libro de Álvarez Barrientos estuviera disponible en la biblioteca para poder leerlo y reseñarlo (¡iluso de mi! esperaba hallar un eco y hallé a la voz).
No creo que la espera esté justificada en cuanto al resultado de la reseña pero sí, y en suma, en cuanto a que esperar a leer esta segunda obra me ha proporcionado ese placer que todos buscamos leyendo, ya sea en una obra de ficción o en la de erudición: el gusto de apartarse de uno mismo. Y así, justificados y un poco menos necios ahora que hace unas semanas, iniciamos el comentario de la obra.

AUTOPSIA AL TEXTO

La obra, publicada en la Editorial Castalia, lleva el título de Los hombres de letras en la España del siglo XVIII Apóstoles y arribistas. Su autor es el profesor Joaquín Álvarez Barrientos, Titular del CSIC y gran especialista en asuntos culturales, históricos y literarios de los siglos XVIII, XIX y XX.
Tanto el título del libro como la breve reseña que figura en su contraportada prometen lo que se puede entender a priori como un estudio de efigies, a la manera de los viejos tableaux que pendían de las paredes de las escuelas públicas francesas donde, debajo de la cabeza de Napoleón, se desplegaba un pergamino con el año de nacimiento y defunción seguidos de una lista repleta de sus logros y batallas. Pero la cosa cierta es que son muy pocas las veces que el autor se detiene para focalizar el texto en una sola figura, antes bien hace un retrato colectivo de los hombres de letras en dicho periodo de la historia de España. Pero el título de la obra no desmiente del todo el texto ya que Álvarez Barrientos lleva a concurso una y otra vez a las mismas personalidades echando mano del recurso del tema, es decir, haciéndolos protagonistas en cada uno de los aspectos temáticos de que trata la obra.

El libro se abre con una Introducción, que es en realidad un breve repaso y un preclaro resumen, exquisitamente escogido, de cómo se ha venido forjando a lo largo de la Historia y hasta el siglo XVIII el concepto de escribir y la figura del escritor en nuestra civilización occidental. En esta Introducción (que merecería llevar el epígrafe caput, por su riqueza de contenido y erudición) el autor mezcla con los datos históricos y explicaciones al asunto lo que bien podría ser la tesis de la obra: la profesionalización del sabio antiguo o la posibilidad de vivir de la literatura.
Todavía dentro del apartado de la Introducción, y antes de entrar en el primero de los cuatro bloques temáticos en que se divide la obra, encontramos una monografía de veinte páginas que tiene como tema la Historia de la República de las Letras.
Es esta una expresión que ya pertenece al siglo en el cual el autor va a centrar el resultado de sus investigaciones y, por tanto, la atmósfera a describir para tratar de explicar el cambio revolucionario que se da en el hombre de letras, en las instituciones, en la manera de tratar con la literatura y en el mismo concepto de las letras durante el Siglo de las Luces. Es este un texto capital dentro del conjunto del libro para entender de qué modo y cuánto afectó el nacimiento de la figura del erudito, primero, y luego la del escritor, frente a la del sabio de los siglos anteriores.

Álvarez Barrientos apunta como detonante la importancia que tuvo la invención de la imprenta en la transubstanciación del sabio en escritor, invento sin el cual no hubiera sido posible que se forjase una comunidad más o menos consciente de personas dedicadas a las letras, y que infundió vida al embrión del escritor tal y como lo conocemos hoy. Porque es precisamente con la aparición de este invento con el que el saber se universaliza y sale del regazo de la Iglesia. De la mano de la historia de esta institución ideal, Álvarez nos introduce de modo reiterado a lo largo de los diferentes bloques temáticos en la vida de sus primeros impulsores, tales como Saavedra Fajardo en España o Muratori en Italia, aunque concede el primordial protagonismo en esta introducción al francés Pierre Bayle que es quien será el catalizador de esta institución utópica y el primero que hará el intento de unificar los esfuerzos de todos los recién bautizados como hombres de letras.
Muchas cosas se explican a partir de la lectura de este capítulo, por ejemplo que el gran número de “ciudadanos” de esta república hiciera que se abandonara paulatinamente el uso del latín en la escritura, ello es que llevó (en palabras de Álvarez) a un “cambio en la manera de entender el saber”. Así pues, la misma república perdió su denominación latina (antes la cristiana) y adoptó la vernácula de cada nación.
Debido a que esta institución estaba compuesta por hombres que viajaban, se hizo necesario mantener una viva y fluida relación entre sus ciudadanos, de manera que la correspondencia epistolar dio un gran impulso y consolidó la literatura epistolar.
Junto con la creación de la República de las letras aparece, dentro de ella, el llamado Parnaso literario, una formación internacional (común en todas las naciones), básicamente de aire clásico, compuesta por los más importantes autores de la antigüedad. Pero con el crecimiento de la República y la creación de instituciones o academias en cada país que controlaban la producción cultural, estos Parnasos habitados por griegos y latinos se abrirán para integrar entre ellos a los autores de dichas naciones, de manera que ya en el siglo XVIII el Parnaso será una institución que se emplee para hacer propaganda de la cultura propia frente a la de los otros países. Así la literatura se convirtió en un “elemento de política cultural” con el fin de mostrar el elenco literario propio frente al resto de las naciones. La pérdida paulatina del empleo del latín en las obras contribuyó a la disgregación del sentimiento de hermandad entre ciudadanos de la República de las Letras. Esto, junto a la mayor relevancia que tomará el erudito “menos sabio pero más filósofo” y capaz de entrar en sociedad será lo que ayude a acabar con la institución.
En síntesis: La aparición del hombre de letras había sido posible gracias al florecimiento de la imprenta, cosa que lo segregó del hombre sabio, le alimentó y le acabó constituyendo en un ente diferenciado del modelo de hombre culto de los siglos anteriores. Tomaron conciencia de grupo la gran multitud de nuevos hombres de la palabra y cuando se sintieron seguros dejaron de usar la misma lengua, quizá llevados por el floreciente nacionalismo que traía el viento de los nuevos siglos. Luego se integraron en la sociedad hasta dejar el redil de la patria ficticia que los había acogido; se abrió a la prensa, a la política y al mercado de manera que la República de las Letras, a finales del siglo XVIII ya se resquebrajaba y empezaba a perder peso en el imaginario, hasta que acabó confundiéndose (a veces interesadamente) con la otra institución, la del Parnaso, que todavía coleteará unas décadas más. De ella hay que decir que, mientras el poeta había sido objeto de chanza en los siglos inmediatamente anteriores al XVIII, el Hombre de Letras centrará la atención en sí mismo, se hará importante y hablará de él, dando forma a la “historia literaria”, cosa hasta entonces impensable.

Después de este retrato de la República de las Letras y su genealogía, Álvarez Barrientos abre el primero de los cuatro bloques en que divide su libro y que tiene por título El Escritor y la Sociedad. En él se analizan nueve subtemas que van desde la génesis de los vocablos literato y violeto hasta los conceptos de público y oralidad, pasando por el papel de la mujer literata en el XVIII y el fenómeno de las tertulias.
Se inicia el bloque con el despliegue y definición de los vocablos que designaron en la época a la persona que escribía y a la propia actividad de la escritura concluyendo que, mientras en los siglos XVI y XVII la palabra escritor era usada para referirse tanto al copista como al autor, será en el Siglo de las Luces cuando tal ambigüedad desaparezca y pase a tener la acepción de autor. Las palabras ingenio y poeta estarán vinculadas por la preceptiva poética, reservando la última para designar al que se sirve del arte para hacer versos. Así las cosas, y ya plenamente dentro del siglo que protagoniza nuestra obra, parece ser que las palabras literato, escritor y hombre de letras fueron las más utilizadas para designar a los que escribían.

Junto con esta leyenda de palabras y acepciones en el mapa literario del XVIII, Álvarez Barrientos inicia la descripción de la polémica que existía en la época sobre si la sabiduría del literato era tal y tanta como la de su homónimo (hasta donde se puede comparar, se entiende) del previo siglo. Como representante de la polémica tenemos a Fray José Martín quien como muchos otros era partidario (1777) de la “santa ignorancia” y reivindicaba que el único conocimiento digno de poseerse era el del “sabio verdadero, maduro”, que ignoraba lo nuevo y se guiaba sólo por la religión. Pero esta crítica no englobaba a los poetas ni a los autores de literatura de entretenimiento, se centraba en aquellos escritores que trabajaban con los conocimientos.

El siguiente capítulo está dedicado a la mujer literata. Aunque Mª Isidra Quintana de Guzmán fue nombrada académica por el Rey Carlos III, lo cierto es que la mujer tuvo un papel muy limitado en nuestra Ilustración y que su práctica literaria casi quedaba reducida al ámbito de lo privado. El mismo Moratín (El Café) desautoriza la práctica literaria a estas, aunque también a los hombres que pertenecen a cierta clase social.
Apenas son cuatro las páginas que el autor de nuestro libro dedica a las mujeres y habremos de esperar a que hable de los salones de tertulia en la época para que en cierta manera retome el tema.

Bastante más material dedica Álvarez Barrientos a la dicotomía saber y apariencia. De alguna manera el autor vuelve sobre sus pasos al tema que ya apuntó ligeramente en su Introducción en el cual se planteaba la polémica sobre la nueva manera de entender el estudio, polémica que había nacido con el siglo. Esta vez serán Cadalso y su obra Los eruditos a la violeta (1772) los que, junto con Forner y otros, hagan de piedra clave del texto. Tenemos que entender que fue grande el choque que hubo entre las generaciones. Por un lado, los enciclopedistas representantes de la nueva concepción del saber; de otro, los sabios que habían llegado a tal condición no sólo por el estudio comme il faut sino por cuestiones fisiológicas. “Forner identificará superficialidad, ilustración, nuevas formas de saber, con impiedad, charlatanería, vanidad pública y falta de respeto a los mayores”.
Cadalso y otros se refirieron a la nueva apariencia que cobraban el saber y el hombre de letras en la sociedad del XVIII, defendiéndolos contra los ataques de “algunos viejos regañones y mal avenidos con todo lo que tiene aire de novedad”.
Álvarez Barrientos continuará tratando la polémica en el siguiente apartado, esta vez analizando el fenómeno de la charlatanería y los charlatanes que, según este, fueron palabras que se pusieron de moda en los años ochenta del siglo en toda Europa.
Concluye el autor con que no se dio una victoria clara entre eruditos, o los viejos sabios, y los charlatanes, o la nueva generación que hacía uso de la Enciclopedia y los diccionarios, y que hubo escritores que debían mantener en secreto su actividad periodística o su actividad pública en secreto (esto último parece una contradicción) para salvaguardar su reputación y poder seguir escribiendo.

En el siguiente epígrafe, Álvarez Barrientos analizará el fenómeno del público literario. Cierto es que hasta el siglo que nos atañe el saber estaba circunscrito a un pequeño círculo de eruditos que se veía ahora abrumado por la proliferación de escritos paridos casi ad infinitum gracias a la imprenta. Ahora el escritor debía desempeñar su labor pensando en el público, el que fue calificado por el padre Isla como el 2único capaz de acreditar o no a los escritores y lo escrito”. No será el único, Feijoo también se da cuenta enseguida de que ha nacido una nueva criatura a la que había que contentar.
Y este nuevo sector que consumirá literatura creará, casi de inmediato, a la figura del escritor público, el cual se verá apoyado por sus lectores en lo económico haciendo posible la figura del hombre de letras que vive de lo que escribe. Dicha independencia económica hará que se cuestionen (Pedro y Rafael Rodríguez Mohedano, 1779) los lazos que desde siempre habían atado al escritor o autor con su mecenas, papel que desde antiguo había sido representado por la nobleza.
En Efecto, Álvarez Barrientos dedica el siguiente epígrafe a las relaciones entre los escritores y la aristocracia. El protagonista del texto va a ser, casi exclusivamente, Juan Sempere y Guarinos, modelo del escritor que sirve (de servidumbre, claro) al poder, sea cual sea su color. Pero no fue un caso aislado, Álvarez Barrientos nombra una lista de hasta veintiún autores (Meléndez, Quintana, Moratín y Cienfuegos, entre otros) que se pusieron al servicio de Godoy y que obtuvieron su favor. Lo importante a destacar de este capítulo es que el poder económico de la época tomó conciencia de la nueva potencia que representaban todas aquellas voces y, lógicamente, éste hizo lo posible por dominarla favoreciéndola o castigándola, según el caso.
Álvarez Barrientos deja la polémica y los enfrentamientos, aunque no las definiciones y acepciones de las palabras con las cuales titula sus epígrafes y, en las siguientes páginas y hasta que acabe este primer bloque titulado El Escritor y la Sociedad, el autor nos hablará de la práctica de la conversación y las tertulias; de los lugares en donde ésta se practicaba y de qué se hablaba.
Es aquí donde he podido constatar una sospecha que tenía hacía ya tiempo sobre la participación de la mujer en las tertulias y los salones. Se habla y se rehabla de la proliferación de los Salons franceses en los cuales la mujer tenía un papel mayor que el de simple participante o tertuliana. En palabras del autor “Durante relativamente bastante tiempo, quizá hasta los años sesenta, las reuniones de literatos no admitieron mujeres, o lo hicieron como una salvedad”. Ciertamente, el autor no asegura que en la tertulia de Jovellanos o en la de Olavide hubiera féminas y es seguro que tampoco las hubo en las que Feijoo y Sarmiento dieron en sus celdas. Pocas fueron también las que, además de asistir, las dirigieran. Apenas cinco son las que nombra Álvarez, número escasísimo en una práctica, la de la tertulia, que fue tan popular y tuvo tantísima importancia en la época.
Refiriéndose al tipo de conversación y de cómo debía de ser esta, el autor nos vuelve a mostrar el aspecto animal del hombre (y de alguna mujer) de letras. Como es natural, en una práctica tan extendida como la de la conversación y que proporcionaba tantos momentos de solaz, era común que se hablara de algo más que de temas elevados y que se aprovecharan los encuentros para crear polémica, criticar al vecino y hundirle, si se podía. El mismo Cadalso da cuenta de cuán pestilentes eran la mayoría de estos encuentros y de cómo se prostituía el arte de la retórica y la elocuencia: arte que enseñaban en las aulas los jesuitas con un curioso método de competición verbal que consistía en dividir a los alumnos en romanos y cartagineses.
Para mitigar estos abusos, al punto se publicaron manuales de conducta y bien discurrir de la conversación. En ellas se establecían las normas de respeto por la palabra del otro y de cómo debían de rebatirse las ideas, siempre que se hablara de y con ideas.
La conversación no había sido un fenómeno particular del siglo XVIII; quizá lo novedoso fue el “uso más público y difusor que se hizo de ella y su relevancia como instrumento civilizador y punto de encuentro de literatos”.

En cuanto a los lugares de conversación, Álvarez Barrientos apenas dedica cuatro páginas para reiterar lo que ya apuntaba en su Historia de la República de las Letras. Los escenarios de las tertulias, además de las casas particulares que se constituían en Salón, eran las bibliotecas (o “embajadas de la República”, como las llama el autor), que no eran públicas al principio sino que estaban integradas en las propias casas de los literatos. También a las librerías, reboticas, tabernas, mentideros o a las puertas de una imprenta acudían los tertulianos a charlar. Esta falta de un espacio definido y propio para las reuniones fue denunciada por Jovellanos en su obra Espectáculos y diversiones públicas. Un dato curioso que proporciona Álvarez Barrientos es el de que el primer café en España se abrió en Sevilla, en 1758.
La palabra y, más que la palabra, su puesta en común fue algo que creció exponencialmente durante el Siglo de las Luces. La conversación aportaba no solamente el debate sino el intercambio de información e ideas. El escritor (descendiente del erudito y este, a su vez, del sabio) habían salido de sus cubiles y sus celdas para “hacer sociedad”, y hacerse públicos, signo este de modernidad y, por lo tanto, del siglo que nos compite.

El segundo bloque de la obra que reseñamos tiene por título Representación del Escritor y consta de ciento sesenta y siete páginas en las cuales su autor analizará extensamente la figura del literato como profesional de las letras.
De lo primero que tratará Álvarez Barrientos será de las relaciones entre los colegas de la pluma del XVIII, relaciones de amor-odio en la mayoría de los casos, y de cómo el nacimiento de un colectivo de profesionales cumplirá enseguida y a rajatabla el nuevo mandamiento, tan literario (hay que decirlo) de “haceros la puñeta los unos a los otros, como a vosotros mismos”. Si bien el autor ya había masticado antes este hueso, será ahora cuando lo desarrolle el tema en más profundidad.
Al parecer, ya desde Saavedra Fajardo se denunciaba el hecho de que los escritores utilizasen su arte para ridiculizarse, vejarse y hasta hundirse, si fuera posible, en aras de demostrar quién era el más erudito de la manada. El mismo Jovellanos hará de bálsamo de la concordia a favor del bien de la comunidad de los hombres de letras. Quizá lo más remarcable de este epígrafe sea la reproducción de una réplica de Feijoo a uno de sus impugnadores en la cual, en tono irónico, hace un retrato (no muy alejado de lo que hallaríamos hoy si escarbásemos el hormiguero de los eruditos del siglo XXI), un retrato, digo, de cómo y con qué artes se valían los autores de su tiempo para descalificarse los unos a los otros.
Por último, Álvarez Barrientos tratará el tema del “negro”, que ya existía en los siglos inmediatamente anteriores pero que ahora formará parte del nuevo elenco de profesionales de las letras.

El epígrafe que sigue a todo esto tratará de la salud del escritor - o dicho mejor, de su falta de salud-, de sus enfermedades y de cómo se definen y asocian a la actividad de escribir durante el siglo.
Ya de antiguo se habían catalogado y estudiado las dolencias que tenían su origen en la falta de actividad física o la vida sedentaria del escritor. Salvo los casos de unos pocos (Mayans, por ejemplo) la mayoría de los escritores sufrieron de dolencias relacionadas con la profesión y de arriba abajo: desde moscas en los ojos hasta almorranas. Se asociaba incluso la profesión de las letras a la muerte en juventud, asociación esta que rebatieron muchos con sus escritos, entre ellos Feijoo, que escribe en 1777 su Régimen para conservar la Salud en donde aboga por el “todo en su justa medida”. Feijoo y muchos otros se dan cuenta que estas enfermedades son causa del exceso, de la falta de mesura en lo que se lleva a cabo, y no de la actividad en sí misma.
Se trata en extenso la obra del médico suizo S.A. Tissot, autor de una serie de disertaciones sobre la salud de los hombres de letras que se hicieron muy populares en la época. En España fue el médico (quizá hubiera sido mejor decir “físico”) zaragozano José Miguel Royo que tradujo al español la obra de Tussot en 1786.
En su epígrafe, Alvarez Barrientos concluye brillantemente con el hecho de que la toma de conciencia de la sociedad de la época de que el escritor podía sufrir los males físicos como resultado de su trabajo hicieron posible que la profesión fuera considerada como un trabajo y no sólo como un oficio de vagos.

El hecho de que el hombre de letras surja y se reafirme en este siglo desembocará en una verdadera expansión en su representación gráfica. Hasta la época se había seguido la tradición de la Roma clásica, es decir, en cuanto a pintura, sólo debían retratarse aquellas personas que tuvieran “real” (de nobiliaria) importancia y pertenecieran a clases poderosas. Ahora el escritor afirma su derecho a pasar a la posteridad en el grabado o en el lienzo.
Al principio las representaciones eran más simbólicas que reales; el físico tenía un papel secundario. Poco a poco esto va a cambiar. El propio retrato aparecerá recargado de símbolos que asocian a la persona con la sabiduría y la profesión. Se le vestía con lujosas ropas y se le encuadraba entre cortinas y librerías. Para identificar a los diferentes tipos de hombres de letras: dramaturgos, eruditos, escritores, cartógrafos… se les “injertaban” en el propio retrato símbolos que tenían que ver con su dedicación: máscaras de Talía, armas, caduceos, liras, libros, etc.
Caso aparte son los retratos de Goya que hizo de Moratín, Jovellanos y Meléndez Valdés, entre otros. Son caso aparte porque Goya no recarga, no simboliza el retrato en sí, presenta al hombre de letras realzándolo como hombre antes que como miembro de un colectivo.
Hasta entonces, los próceres del Parnaso (Dante, Petrarca, Boccaccio…) habían sido inmortalizados con mayor o menos acierto, pero va a ser en este siglo donde encontremos sincronía entre representación y vida, es decir, los escritores podrán contemplar su propia efigie y verse desde el otro lado. Para dar cuenta de lo que significó esta toma de conciencia, Álvarez Barrientos ilustra el caso de la estatua de Voltaire en Francia, realizada a suscripción pòpular; la primera vez que se inmortalizaba en mármol a un personaje que no lleva la corona real.
Con todas estas representaciones se busca y se consigue que el escritor adquiera una imagen institucionalizada, de respeto, como miembro de un solo cuerpo.

Al igual que con los retratos, este es el siglo de la biografía del escritor. De repente surge en la República de las Letras la conciencia de rescatar y fijar para la posteridad la vida de sus propios ciudadanos.
Por una parte se inicia la ingente tarea de rescatar las vidas de los antiguos, padres y figuras del Parnaso, y por otro, quizá más interesante, surge la conciencia autobiográfica del escritor. Una vez más el nuevo hombre se reafirma, se hace grande e importante y quiere dejar constancia no sólo de su paso por el mundo sino integrarse en el Parnaso o “cementerio particular” de la República.
Se cita el proyecto de Nifo, que al ver cómo al padre Feijoo no se le habían tributado elogios por sus trabajos, se propone (junto con Sarmiento) que se cree una especie de banco de datos y vidas de literatos. La misma Academia acordó que todos sus miembros debían proporcionar sus datos de nacimiento y obras realizadas con el fin de salvaguardar los nombres y las vidas (biografías) de sus miembros. Aunque se trabajó mucho para recoger información y se tomó conciencia de la necesidad, hay que decir que el proyecto de la Academia no se llegó a llevar a cabo.
En cualquier caso, el escritor ya se reconoce como un ente suficientemente importante como para salvar su identidad del naufragio del barco de la vida. Así, “tener datos permitía situar el escritor en su mundo y reconstruirlo; escribir una historia literaria correcta”.

Junto con esta nueva conciencia de salvación universal nacen los patrones a seguir para redactar, a veces tópicamente, las vidas de los ciudadanos de las letras. García de la Huerta escribe un tratado de qué y de cómo se deben realizar estas biografías. Los tópicos que en ellas se introducen (el niño estudioso, taciturno y esforzado hombre de letras) casi acercan el texto a la hagiografía.
Junto con las vidas aparecen los elogios, que acaban por dignificar la profesión de este nuevo colectivo, aunque ello signifique el mencionar sólo los aspectos positivos del individuo y dejar aparte los negativos.

Muy interesante es el apartado que Álvarez Barrientos dedica al viejo oficio del plagio y el furto. Jacobo Thomasius había escrito sobre esto acerca de los mismísimos Aristóteles y Platón. En España, Forner aprovecha los datos para componer su Corneja sin plumas, obra en la que se indexan los plagios y furtos de muchos literatos. Centonismo y centonistas; su denuncia y que se hable y especifique lo que se puede tomar y lo que se debe citar llevará a este colectivo, muy lentamente, hacia la toma de conciencia de una regulación de derechos de autoría. Pero será un camino muy largo ya que primero habrá de cambiar la propia manera de pensar de los escritores en cuanto a su trabajo; el mismísimo Jovellanos pensaba que la propiedad literaria finaba en el momento en que el autor hacía pública su obra.

El tercero de los bloques temáticos del libro que reseñamos está dedicado los empleos del escritor y a sus medios de subsistencia más allá del arte.
En esta primera parte del bloque se nos ofrecen datos estadísticos muy sabrosos. El autor cita que durante el siglo fueron 7593 los autores que publicaron, cifra que supera a cualquiera de las naciones europeas de la época. Segrega después este número en profesiones, comprobándose que el grueso del censo está compuesto por personajes que pertenecen al clero. No es extraño este dato si entendemos que estos entes son los que podían dedicar más tiempo a la escritura, además de tener manutención asegurada.

La estadística nos llevará enseguida al siguiente epígrafe, dedicado este a revelarnos qué otra clase de ocupaciones “secundarias” eran las más requeridas por los hombres de letras. La figura del mecenas empieza a disolverse en este siglo a la vez que surgía tímidamente la autonomía del escritor. Vemos que los puestos más solicitados por los hombres de letras, puestos siempre dependientes de la corona, eran los de funcionario. Las Academias y la Real Biblioteca parecían ser las tablas de salvación para el escritor de la época, aunque no era nada fácil conseguir abrirse un hueco en estas instituciones. Muchas veces, la competencia por entrar llevó a verdaderas luchas encarnizadas entre miembros de la República.
El escritor se había emancipado en cierta manera pero todavía estaba fuertemente ligado al poder de la Corona. Así pues el hombre de letras todavía podía “apelar” a la benevolencia del monarca y conseguir una pensión, una ayuda, una limosna justificando la importancia de su trabajo y su dedicación a la gloria de la nación.

Un sector que, en comparación con el resto del panorama literario, estaba bastante bien regulado y había permitido ya desde el siglo previo que el escritor viviera de su pluma era el del Teatro. Las obras se podían vender a priori o confiar en su éxito y recibir un tanto por cada día de representación. Este tipo de literatura se había convertido en un artículo de venta desde hacía un siglo cosa que llevó, como es de lógica suposición, a una mayor competencia entre los escritores.

En el siguiente epígrafe, Álvarez Barrientos vuelve atrás en lo temático y retoma el capítulo de las salidas profesionales del escritor. En este apartado se va a centrar en la historia de la institución de la Biblioteca Nacional (sus puestos, funcionamiento y sueldos) y en el oficio de censor, que también reputaba ingresos económicos a los autores que desempeñaban su labor en dichas instituciones.
Aunque el número de autores i lectores iba en aumento, todavía no se ganaba mucho con el empleo de las letras. Hay que matizar: los eruditos, aquellos que se dedicaban a las cosas serias sí podían aspirar a recibir algún tipo de emolumento de las instituciones o de la Iglesia, pero en el caso de los “otros escritores”: traductores, periodistas y pequeños autores que se dedicaban (como dice Álvarez Barrientos) a la literatura propane lucrandola cosa era muy diferente.
Aunque los libros religiosos eran los que más se vendían, Sempere y Guarinos ya observó en la época que los hábitos de lectura habían cambiado. Se preferían las obras breves, de fácil digestión.
En esta línea, los periodistas fueron los primeros (aparte los dramaturgos) que rentabilizaron el negocio de la escritura. La ganancia de los libros (que eran caros), si la había, se la llevaba el librero. No iba a ser hasta 1813 (gracias a un decreto de las Cortes de Cádiz) cuando se reconocieran los primeros derechos de autor en España.
Estaba claro que por entonces ya el abismo que separaba a los eruditos de los escritores “ligeros”, que escribían por vía incidente, era insalvable. A estos últimos se les achacó de poner por encima la opinión y la crítica que la erudición en si misma, cosa que abonaría el camino para el nacimiento del periodismo en España. Escribir por vía incidente consistía en ser ameno, ágil y de tono conversacional de manera que se podía llegar a más cantidad de lectores aunque lo tratado no tuviera mucha profundidad. La profundidad entendida como calidad, más que por la erudición se conseguiría con por la crítica, el gusto y la opinión.
El nacimiento del nuevo género del periodístico tuvo sus vicisitudes y enfrentó en muchas ocasiones a los autores de manera que se acabó por apagar el fuego fraternal de la República de las Letras y ya algunos (Lista y Eugenio Tapia) se refieren a la República Periodística.
Poco a poco se hizo más evidente la necesidad de regular los derechos de autor. En Inglaterra ya se habían acabado con los privilegios de los libreros en 1710. En España fue Mayans y Sarmiento, éste último en 1743, quien ya dijo que el beneficio había de ser para el autor y no para el librero, que era quien tenía la propiedad del libro ya que el autor se la vendía una sola vez. Disfrutaba de este privilegio durante diez años, pasados los cuales cualquiera podía reclamar los derechos del mismo y volverlos a vender. Es el 20 de octubre de 1764 cuando por Real Orden se declara el libro como bien del autor, heredable por los suyos tras su muerte. Pero no se entendía una obra como un bien particular fruto del esfuerzo sino como una concesión real de manera que si no se renovaban los derechos estos podían pasar a cualquiera que los reclamase. Como ya se ha dicho, tuvo que esperarse hasta 1813 para que se regulase y concediese la propiedad al autor, propiedad que se refería a un trabajo reconocido. Ahora el campo ya estaba abonado para crear un mercado y una red de distribución.
Otro aspecto a reseñar es que los autores se empezaban a preocupar por la misma edición del libro, es decir, que este artículo empezaba a tener valor estético por sí mismo.

El último de los bloques del libro está dedicado a la política cultural del gobierno, a las instituciones y a los proyectos.
Ya hemos llegado al momento de la historia en que la República de las Letras se ha convertido en una Industria.
La creación de instituciones y academias fue un fenómeno común en todas las naciones a lo largo del siglo. Ya hablamos antes de la Real Biblioteca, creada por Felipe V, rey que fue tenido como promotor de la cultura. La Real Librería se estableció en 1712 y sus primeros estatutos de 1716 ya indicaban que se debía entregar a dicha institución un ejemplar de cada publicación que hicieran los autores. Esta biblioteca se fue haciendo grande gracias a la compra de bibliotecas particulares y de donaciones de la Iglesia.
Capítulo aparte le lo dedica Álvarez Barrientos a la Academia de las Ciencias y de las Artes, una especie de quimera que no se hizo posible tan fácilmente como hubieran querido (y merecido) Mayans y Burriel, entre otros. Heredad de este fracaso fue el actual edifico del Museo del Prado en Madrid.
En los inicios del siglo XIX ya tenemos la preocupación y dedicación del estado por crear un Panteón de Hombres Ilustres (idea que ya había sido puesta en marcha en otros países mucho antes), con lo cual el Rey ordenaba el traslado de los huesos y cenizas de las más ilustres figuras de las letras de España: desde Cervantes hasta Cortés, pasando por Calderón, Becerra, Solís y Jorge Juan.

Y es precisamente con la muerte la que abraza finalmente a la República de las Letras. La figura del escritor se había forjado, profesionalizado y disgregado en clases y, como Edipo, ya no necesitaba de un padre, una comunidad que le abrazara y le hiciera sentir vivo e integrado en una comunidad mundial; podía andar solo.



UNA CONSIDERACIÓN




“Feijoo creía que los tigres huían al son de la lira y que los delfines guiaban al hombre en la navegación”.
Álvarez Barrientos.




Jamás me hallé tan feliz al haber sido engañado por el título de un libro. Dije al principio de este texto que esperaba encontrar en sus páginas un índice de vidas, muertes y obras, al estilo de la obra del profesor Cano, y ha resultado ser este Los hombres de letras en la España del siglo XVII como la voz de un abuelo que explica a su nieto el origen de su familia.

Quizá lo importante en él, de él y para mí, sólo para mí, haya sido que ha respondido a muchas de mis preguntas; preguntas de las cuales ni tan siquiera yo tenía conciencia de que me había formulado hacía ya mucho tiempo.

“La modernidad empieza en el XVIII”. Era verdad.

jueves, 27 de noviembre de 2008

Maldito sea quien inventó el tabaco!

3 comentarios

Fumar es malísimo, malísimo. Tan sólo Bin Laden tiene peor prensa que el tabaco. ¿Cuántas veces no te has defecado (figuradamente hablando, claro) en el "tío" que "inventó" el tabaco? Si eres fumador, entonces seguro que muchas veces. Pues bien, éste que aparece aquí al lado es el famoso "tío". Su nombre: Jean Nicot, embajador francés que fue y máximo responsable de la introducción del tabaco en la corte francesa durante la segunda mitad del siglo XVI.


Hacia 1560 el tabaco era ya conocido en España y Portugal. En este último país, para esos años, se encontraba como embajador de Francia el caballero Jean Nicot, quien se interesó por la exótica planta. Cuando éste regresó a su país, llevó consigo hojas de tabaco para obsequiárselas a la reina Catalina de Medicis por lo que se la llamó “hierba de la reina”, “Nicotiana” o “hierba del embajador”.


A partir de ahora ya puedes defecar con conocimiento de causa o, lo que es lo mismo: cagarte agusto y más leído en el tío que inventó el tabaco.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Las comparaciones son malas

0 comentarios

Siéntense todos, y la confusión cesará[1].

Toda comparación es gratuita y falaz. Lo es en cuanto a que su ejercicio alumbra en nuestro cerebro un falso reflejo al que denominamos, las más veces a boca llena, progreso. Sin embargo, la idea del progreso nos es necesaria porque seda y mitiga la insoportable visión de la Belleza, esto es, y como Platón bien dijera: el resplandor de la verdad. Y no hay mayor verdad (y por ende mayor belleza) que el reconocer que la sociedad no avanza o retrocede en nada, porque no está en su naturaleza el hacerlo, sino que muda sus glorias y sus miserias según pesamos (comparamos) las obras del hombre en una romana cuyos pilones son: la moral, la ética, el gusto artístico del momento o esa otra ilusión, inconsciente, ridícula y peligrosa, a la que denominamos labentibus annis.
¿No le corresponderá, pues, a nuestra generación, a los hombres y mujeres de la España del 2008, el verse libre del lastre que tiene tan cerca del suelo a nuestra nación desde los días de la Reforma? Sea por el cuarterón de sangre íbera que nos corre por dentro, sea por la huella del hierro candente que imprimió Santiago (acaso fuera él) en nuestros corazones con su fuego apostólico, España se apeaba del carro del “progreso” al son de cada uno de los golpes de mazo con que Lutero fijaba sus 95 tesis en la puerta de aquel templo en Alemania[2].
¿Qué si todas las luces de nuestra Ilustración hubieran elevado su resplandor por encima de la espesa arboleda de la Iglesia y la Monarquía del momento? ¿Qué si nuestro siglo XVIII no hubiera sido tan moderado? La cosa cierta es que, mientras se triangulaba la distancia Dunkerque, París, Barcelona para alumbrar el metro[3], nuestro Goya hacía denuncia de las supersticiones del pueblo en una serie de grabados, y eso, puestos a comparar, es un claro reflejo de que el reloj de nuestra nación marchaba entonces, cuando menos, con cierto retraso respecto a Europa.
Pero si la pregunta es sobre la vigencia de los aspectos estudiados en la materia impartida, la respuesta no puede ser otra que: todos y ninguno[4].
¿Qué diría don Gaspar si viera en qué ha quedado la sifilítica nobleza de su España? El grito de contención y la llamada a la ejemplaridad con la que compuso su sátira segunda a Arnesto bien podrían entonarse hoy con igual derecho. La Duquesa de Alba, el Duque de Feria, los Duques de Lugo y hasta la mismísima reina han dado qué hablar en la prensa amarilla. Y todos ellos están, salvo quizá el caso de S.M., muy lejos del ejemplo o, lo que es lo mismo, muy cerca de las miserias de la plebe.
En cuanto al estado de los espectáculos y las diversiones públicas, verdad es que la mayoría de los males que se apuntaron en el informe de nuestro ilustrado ya no prevalecen en ellos y que en nuestros días gozamos de infinitas y saludables formas de divertirnos, muchas de ellas con la subvención del Estado. Sin embargo, la idea de don Gaspar de convocar concursos para provocar que los autores paran obras de mejor calidad mediante el filtro de la competencia no deja de ser algo subjetivo y muy a menudo incierto. La calidad, como el gusto, viene dado por factores culturales y por el dictamen del ojo del tiempo que los observa. El concurso no asegura lo mejor, está demostrado, pero a esto hay que sumarle el que muchas veces (véase el caso del Premio Planeta), el certamen es un fraude cometido en aras de las previsiones de venta. No era este un remedio, don Gaspar: el mal, como el agua, siempre busca su cause.
El teatro español ha dejado de ser un divertimento de masas para convertirse en un bocado intelectual, caro y a menudo inaccesible para los jóvenes (por otro lado, a los que más debería interesar promover), cuyo disfrute ya nadie antepone, si puede, ante el estreno en un cine de la última película de Indiana Jones o el alquiler de una película de video los viernes por la noche. Si por aquellos días Jovellanos reflexionó sobre la necesidad del asiento para todos en la platea como medio de contención de la ira, hoy podríamos decirle que el asiento no evita que una manada de vándalos se revuelva y ruja en un encuentro deportivo y acabe provocando un fuego, lanzando una bengala de salvamento marino al estómago de un niño o que, en definitiva, despedace a pisotones a cualquiera que se le ponga por delante.
Pero los toros sí, continúan provocando riadas de tinta y prefijando a las ciudades con los emblemas anti y pro. Y es que en España el espectáculo de los cuernos persiste, creo yo, porque se asocia como elemento de identidad del país. ¿Y qué? ¡Cuánto le debe Barcelona al bárbaro arte de las luces! ¡Cuántas suecas temblaron sus carnes hace 40 años al grito de Olé! Algunas de ellas, abuelas hoy, todavía deslizan con una sonrisa picarona un billete de quinientas pesetas, con el busto de Don Jacinto Verdaguer, en el escote de sus nietas, a la vez que les aconsejan que vean una buena corrida de El Cordobés, Luís Miguel Dominguín o Alfredo Landa. Del espectáculo ya se quejaba la Generación del 98, cierto que lo fue más por el hecho de preferirse como sedativo a la realidad que como espectáculo bárbaro y sangriento de ahora, pero para el caso es lo mismo: lo importante es que se continúa hablando de si el huevo o la gallina.
No han cambiado, pues, mucho las cosas porque, como decíamos al inicio, en esta vida sólo cambia el escenario y no el ser humano. Está comprobado que toda la Humanidad en el hombre puede mutar en bestialismo a poco que le falte el pan. No es una barbaridad reconocer que detrás de la cáscara social y cultural que nos envuelve se esconde un animal que es capaz de declarar los Derechos del Hombre un día y gasear a medio millón de personas al siguiente.
Así pues, ¿a qué comparar la Ilustración española con la del resto de Europa y sacar a relucir el trapo de la Reforma y el retraso? ¿Acaso fue menos lo nuestro? ¿Qué si las trabas? Nuestra Ilustración y nuestros ilustrados lo fueron a su manera, quizá con el dedo de un “Dios a punto de apagar el botón” más cerca que el Dios de Diderot, pero eso fue también positivo porque nos distinguió de los demás. El ilustre guiso tardó más tiempo en cocerse aquí que en otras naciones, sí, pero no por eso deja de ser menos saludable ni ha alimentado a menos genios a lo largo de los años. Si de algo hay que lamentarse sea del complejo de inferioridad que arrastramos desde entonces.
En conclusión, los males son los mismos en épocas diferentes, en la de Jovellanos y en la nuestra. Ninguna sociedad puede dejar de reproducirlos porque está en su naturaleza el errar, igual que lo está en ella la búsqueda de la corrección y de la perfección a través de la Belleza. De eso “iba” la vida, ¿no?




NOTAS.



[1] JOVELLANOS, Gaspar M., Espectáculos y diversiones públicas, ed. CARNERO, Guillermo, Madrid, Cátedra, 1997, pág.212
[2] Iglesia de Wittenberg, 30-10-1517.
[3] Año de 1799.
[4] Considero en este texto las obras Espectáculos y diversiones públicas de G.M. de Jovellamos, en la edición apuntada en la nota 1, y la Sátira segunda a Arnesto de la edición de Castalia, del mismo autor.

martes, 8 de julio de 2008

Doctor muerte III

2 comentarios


Benvolguda Eulàlia,

Ahir vespre vaig llegir el teu correu. Et vaig escriure un bell missatge en el que t'explicava que aquella mateixa tarda havia vist el meu ros... Et feia una reflexió bastant interessant del que sentia en tenir-lo aprop, i una altra -crec que més interessant, encara- del que sentia en tenir-lo lluny. I en això estava, garlan-te poèticament, quan, de sobte, ve que ell passa tot xino-xano pel meu costat, caminant com sempre: amb el cap clot i perseguint-se les puntes de les sabates, a deixar uns llibres en el carret de retorns que hi ha en la biblioteca. Quina emoció! Ell a dues passes, completament ignorant que tenia al costat algú que no coneixia i que estava descrivint l'espant eròtic de la seva figura a trevés de la xarxa. Algú que ploriquejava per Ell, amb Ell i en Ell, que parlava una amiga del perfum de la covardia (inherent a l'amor) i de la sentor de l'orgull i la por (que res tenen a veure amb aquest). I en això estava, mig emocionada, cofoia com una reina dels negres enmig d'una menja caníval, quan l'antivirus del meu ordinador es va activar i (faltada de momòria com tinc la màquina) no vaig poder fer res més: se'm va aturar el portàtil, se'm va desconnectar la màquina de la xarxa, no se'm va servar el missatge a la carpeta dels borradors i, com a cop de gràcia, el ros va tocar el dos.

D'un pèl no em va venir que no em ferís!

Vaig anar cap el carret a buscar les emprentes dels seus dits en els llibres que havia deixat. Només vaig poder destriar-ne una (la del dit polze, crec). I tot fent una pregona reverència, oculta entre les estanteries, vaig acostar els meus llavis al petit laberint-òval de la seva marca i el vaig besar tendrament. Les darreres mol.lècules humindes que m'havia deixat ,sense ell saber-ho, en la tapa d'aquell llibre van esvaporar-se en la meva boca i em van entrar com un foc roent cap els pulmons i d'allà van còrrer com un conillet poruc, poruc, poruc per les artèries, fins arribar-me al cor.

Quant de petiment! Quina adolescència més llarga i espinosa! Però, al mateix temps, quina font de sentiments i bellesa d'inspiracions que ens acompanyen en el patir!

Parlant de patir... Dilluns vam anar al metge amb el papà. Tot plegat és una trista història. No en vull parlar ara per ara.
Cuida't molt i fins aviat.

jueves, 29 de mayo de 2008

Otro final es posible

0 comentarios

L'INVENT


El francès Camile Soutien, sastre i biòleg aficionat, es trobava una tarda a casa seva fent experiments amb pugons de Pernambuco. A la lent del microscopi va observar la tècnica d’aquests animalons per “munyir” les formigues. Heus ací el que anotà al seu diari, el 18 d’agost de 1786 <<... El pugó mascle, de panxa enlaire, amb un ull obert i l’altre clos, espera al terra, fent-se el mort, el pas d’una formiga pituda. Quan aquesta es situa a sobre, l’animaló fa un bot, arrapant-se amb força al seu ventre, i infla les dues galtes extraordinàriament, introduint-hi una mamella a cada una. Tot seguit estira les seves orelles elàstiques fins a unir-les en un llaç, al llom de la formiga. Amb aquest gest elimina amb eficàcia el risc de moviment pendular de la teta, que originaria una pèrdua substancial de llet...>>Dies després, la tècnica del pugó inspiraria al bon sastre a l’hora de crear una peça de llenceria femenina del tot indispensable avui dia: El sostenidor.


DIAGNÓSTICO
El Doctor House permanece de pie, chupando un caramelo, frente a la cama de hospital donde reposa el cuerpo del Conde Drácula. Suena una musiquilla de fondo. House se saca el caramelo de la boca con el pulgar y el corazón de su mano izquierda. Mira inquisitivamente entorno al corro de doctores: -¿Y bien?
Los adjuntos segundones entornan sus ojillos, se llevan la mano a la barbilla y revisan el historial del paciente. Enseguida diagnostican:

- Puede ser mononucleosis postbiliar- dice un médico negrito de quien nadie recuerda el nombre.
- Sí, y los broncoespasmos le vienen de los Montecristo que se fuma -aspeta House, apoyándose con aplomo en su bastón.

- Entonces, enfermedad de Clovis-cul-jopkings- resuelve una jovencísima doctora.

- Eso explicaría la fotofobia pero no la ansiedad canina -contesta el negrito, que viene de presentar -por decimoquinta vez este mes- la renuncia de su puesto a la directora del hospital.
House lo mira por encima, hace una mueca con la nariz y se lleva de vuelta el caramelo a su boca mientras se limpia los dedos en la sábana del paciente.

- Hacedle una biopsia de la médula espinal y administrarle 100 mll de Eucatonotinol por via parental.

- Pero House- protesta la directora del hospital mientras le entrega el finiquito al doctor negro-, podría morir. Todavía no sabemos si es una infección o si es algo genético.

- Mira, bonita- le aspeta el cojo doctor -, si es una infección se curará y si no lo es...Bueno, pues si no lo es no pasa nada, porque a este hombre le han pegado ya nueve tiros y le han clavado una palanca en el estómago repetidas veces sin que se inmute. No te preocupes, aguantará.

Mientras decía esto, House pensaba: "¡Jo, qué pechos!"Después de veinte minutos de tratamiento, el Conde Drácula abre los ojos y se incorpora con un salto de su lecho con una sonrisa agradabilísima y con unas ganas tremendas de salir a la calle a hacer futting y darle besitos en la frente a todas las abuelas que encuentre.

Todos los doctores están maravillados. Se miran unos a otros como quien mira un cachorro de perro salchicha que bosteza y dicen a coro: "El doctor House tenía razón".

Después de casi quinientos años alimentándose fatal, llevando una vida sedentaria y con el sueño algo cambiado, el Conde Drácula vió de nuevo la luz del sol mientras se comía una zanahoria. Desde que le dieron el alta se pasaba cada día más de catorce horas en bañador, estirado en la azotea de su casa como una lasca de bacon. Murió poco después, en Las Vegas, de un cáncer de piel. Pero fue feliz; se casó, tuvo dos hijos -una niña y un niño- y se hizo Testigo de Jehová.


CON EL FRESQUITO QUE HACE AQUÍ FUERA

Al salir a la terraza y ver la rugiente turba, Poncio se estremeció. Apoyó sus manos en la balaustrada, miró al reo y le mandó que se acercase al pie de las escaleras.

-Que te vea bien el pueblo.

Entonces, el procurador de la Judea, que hacía esfuerzos por elevar su voz por encima del griterió de la gente que se agolpaba en la plaza, les gritó en rústico arameo:

- ¿A quién queréis que dé la libertad?


El pueblo, después de dudar un segundo, gritó:

- A Jesús, suelta a Jesús de Nazaret y crucifica a Barrabás".

Y así lo mandó hacer Pilatos mientras se echaba por los hombros una piel de cabritillo.



lunes, 26 de mayo de 2008

Agesandros

0 comentarios

¡Por Hércules, qué perfectísimos habían sido los brazos de la muchacha! La piel que los recubría parecía posarse sobre los músculos, apenas insinuados, bajo una capa de aterciopelada lividez; las venas, que surcaban angulosas sus antebrazos al igual que lentos y delicados ríos de leche, tenían el nacimiento en lo dramático de las muñecas, duras pero flexibles, capaces sólo de soportar la justa y calculada fuerza de la carne, torneada dos veces, brillante y diáfana como cabezas de alfil.

No, no es posible describir con adjetivos, ni con nombres, ni siquiera Aristóteles podría hallar el verbo que recordara vagamente la aúrea fuerza que emanaban aquellas extremidades superiores.

Una vez puesto en conocimiento del Gobierno de Atenas, este resolvió que se retuviese a la muchacha y se consultase al Oráculo para saber qué pretendían los dioses con aquel regalo. "Que Agesandros de Melos copie la belleza viva en mármol de Paros; después, un extrangero la amputará del modelo vivo y presentará ofrenda de su carne en el altar de Venus".
Mandamos llamar a un eminentísimo físico egípcio que habitaba en el país de los caldeos. Llegó una noche, a bordo de una extraña nave con las velas negras. Le administró el eléboro y operó a la muchacha sin sufrimiento. Han pasado trenta años de aquello.
Ahora, ni el feroz viento de los siglos podrá arrancar jamás la imagen de la Belleza que yo fijé en los brazos de mi Venus. Dentro de mil años seguirán vivos para las generaciones y su contemplación .

viernes, 16 de mayo de 2008

Miradas

2 comentarios


Un día subes al metro. No hay mucha gente porque la parada donde lo tomas es una de las últimas, o de las primeras, según se vaya o venga a la ciudad. Te sientas. No has querido meter en el bolso el libro que te estás leyendo porque vas a una entrevista de trabajo. Es muy grueso y tampoco te interesa tanto. Te ha costado mucho levantarte esta mañana para cruzar la ciudad bajo tierra y asistir a la entrevista.

Elegir la ropa que ponerte tampoco ha sido nada placentero, ya hace mucho que la única emoción que sientes al tener que tomar una decisión, por pequeña que esta sea, es hastío y desgana. La ropa de tu armario es la misma desde hace ya varios años. Entre las prendas que te sueles poner hay algunas que esperan su turno desde tu último cumpleaños, o Navidad. Pero jamás te las pondrás. Parecen animales muertos colgados de sus ganchos.
Lo peor de todo son los zapatos, todos están desgastados o deformados por el uso. Tus pies tampoco parecerán nuevos, claro, pero no se ven desde fuera. Pasas de largo, no antes sin pensar que los tendrás que limpiar, quizá podrías cambiarles los cordones... demasiado esfuerzo. Vas directa a la ducha. Antes, hace ya no sabes cuánto, una ducha era eso: "pim-pam" y siempre salía alguien nuevo de ese proceso. Ahora, ir al baño es como tener que planificar la conquista del África oriental. Las uñas crecen más rápido de lo habitual, el pelo está envejecido, al igual que la piel de tu cara, marchita y gomosa como los asientos de un sofá de una familia numerosa. Ya no sonries al espejo porque te ves la dentadura. Casi no recuerdas cuando tu esmalte era blanco, liso, de confianza. Hoy,lo que no está movido está podrido y cada vez que te metes el cepillo en la boca tienes la mala premonición de que va a quebrarse algo hasta convertirse en arenilla.

El tren ya ha dejado atrás la mitad de las estaciones de la linea. El vagón se ha llenado casi sin darte cuenta. Entra una pareja joven, un poco menos que tú. La mujer lleva una bebé en un carrito mientras su marido carga con dos bolsas de plástico del supermercado. No puedes evitar mirarles. Parecen felices, han hecho alguna cosa con sus vidas; la han dado a otro, a su hijo. Incluso el amor es posible. Pero para ti casi nunca lo fue, o al menos casi nunca duró lo suficiente como para afirmar que fue amor. Sin embargo, el deseo no ha muerto. Y eso es lo que más daño te hace. Antes siempre había alguien que te decía que eras observada. No sentías la necesidad de buscar la mirada de nadie, quizá porque el miedo a encontrarla anulaba esa necesidad. Pero hace mucho que no te tocan ni te besan. Decías que eso, el amor, era lo último, lo de menos. Había otras cosas en las que pensar y para el amor siempre habría tiempo.

Al fondo del vagón ves un muchacho. Es guapo, tu tipo. Lo miras. Incluso lo miras cuando las miradas se cruzan una vez en la diminuta geografía del vagón. Pero ese momento fue tan sólo un segundo y ahora ya no te mira. Tu lo sigues mirando y él... Cerca de ese chico hay una muchacha. Tiene el pelo bonito, pero viste con muy poco gusto. Se atreve a llevar esas prendas tan ajustadas a pesar de que está algo rellenita. No es que tenga mal tipo, no. Se le adivinan unos pechos duros, tiene las caderas anchas y piel fina y los labios gruesos. Tú, diez años atrás, más o menos la edad que tiene ahora esa chica, eras mucho más atractiva que ella. Todavía lo eres, te lo dicen.

Vuelves a mirar al muchacho y te das cuenta de que él la mira a ella. Es una mirada de deseo, de una lujuria robada que te perteneció a ti hace diez años. ¿Cómo no se da ella cuenta? No le quita los ojos de encima, la manosea con la vista, incluso tiene la boca entreabierta, como si se la estuviese comiendo, así, poco a poco, chupando cada tuétano de sus huesos. Nadie parece darse cuenta, nadie excepto tú. ¡Mira!, se ha tocado los genitales, el muchacho, lo has visto, crees, bueno...no estás segura. En todo ese vapor de fuego también brilla algo que no es del todo animal.
El metro se detiene en una estación y la chica se baja. De nuevo queda el muchacho sólo al fondo del tren y de nuevo le miras. Realmente es guapísimo. Le dibujas con los ojos la forma de su cráneo, el color de su pelo; buscas la dureza de su pecho, el firme de su cintura, adivinas su espalda, sus tobillos, su sexo. Te dijeron una vez, o lo leíste, que si alguien mira la nuca de una persona insistentemente, esta acaba por darse la vuelta y buscar los ojos que le observan. ¿Será lo mismo con la frente? El muchacho tiene la cabeza baja, ha quedado absorto, mirándose la punta de sus zapatillas. Y tu miras, y miras, y entrecierras los ojos intentando proyectarte en él: "Hé, hola, soy yo. Qué guapo eres, me gustas, me gustas..." Y te quedas así, un par de segundos. Pero el muchacho no te mira, ni siquiera cuando, lanzando un salivazo en el suelo, baja del vagón en la siguiente parada.



miércoles, 14 de mayo de 2008

A bad end - Plumas de marabú

3 comentarios

I've been thinking, oh yeah, as usual: thinking, thinking again and again. And the only answer I’ve got from-all-that-thinking is a merely conclusion, an sparkling light in the dark.

My Lord:
I pray for someone who can drive me, my Lord.
Not driving me home, no, I need someone who saves me from this hell, this ordinary and private horror; someone able to be aware of my writings, teach me the way to write over my thoughts, plus ultra my thoughts, because they are becoming ideas in my head, perhaps voices of voices.

Atrezzo: And, as I pray, lots of true tears, almost honey tears, bloom from my red eyes down to my temples. I feel scary, later on I laugh, and then my nose gets blocked, and my hands, made a mass of comprised flesh, are almost a rock, a solid and white rock.

A voice: No master is going to appears in front of you and say: "Hey, I wil. Me: But I deserve it
A voice: “If everyone got all what they deserve, humanity would die from starving. Me: He’s right. I feel worse, even worse. Are you God? A voice: Silence. Me: Shall I ask you for a prove? A voice: Certainly....you are already MAD.


PLUMAS DE MARABÚ

Andaba yo esa noche revuelta, envuelta y disuelta en el edredón de mi cama ,sin saber por qué. Y juro que no era una de esas noches en las que el imsomnio me devoraba las oraciones llevándome a recorrer mi cama cien mil veces, en el sentido de las agujas del reloj; es más, había llegado a experimentar durante unos segundos ese momento que parece eterno, en que el cerebro se pone el pijama y se acurruca calentito, calentito en la pluma de sus sueños.
El caso fue que ese instante pasó, dando lugar a una necesidad física. No me refiero a orinar ( en este punto fui escrupulosamente instruída en mis años infantiles para hacerlo siempre antes de irme a dormir ); me refiero a esa otra necesidad física que en ocasiones tenemos las damas y que no es más que la de pasearse por casa, calzada con unos discretísimos tacones de aguja de 12 cm.
Al principio llevaba la bata puesta pero, a pesar de que la bata de invierno es una prenda que abriga mucho y que acompaña otro tanto en las expediciones nocturnas a la cocina, en busca de un vaso de agua; a pesar, digo, de los indiscutibles momentos de confort que proporciona una buena bata recia; regalo de algún cumpleaños indefinido, estampada a cuadros y pelotas chatas, mezcla de merino y algodón; no pude evitar reconocer que ya no andaba en consonancia con mi simpático calzado. Y como a mí me gusta ir siempre arreglada del todo, decidí quitármela. Entonces sentí frío y fue porque, a parte de la bata y de los tacones, no me cubría el cuerpo más prenda que un anillo enorme de oro, con un rubí tallado de las dimensiones de un garbanzo cocido, regalo de un magistrado retirado. Y es que las joyas visten mucho, pero no abrigan otro tanto.Suspiré un momento y entonces hice lo más natural: saqué del cajón de los calcetines un par de medias rosa "panti", bordadas sobre red, con unas manzanitas de seda blanca en las que, alternamente y sin dar sensación de patrón, aparecen unos conejitos o cabras pigmeas que juegan al mus. Me las enfundé enseguida, claro, y sentí como el calor envolvía mis piernas en una sinfonía casi pornográfica de carne, de frutas y de cabras ludópatas. Cubrir el pecho fue algo más dificil, pues el marabú de plumas de flamenco añil ,que suelo acompañar con las medias en esas ocasiones, lo tenía en la tintorería. Di un rápido repaso al vasto y poblado universo de mi armario y me decidí a llevar un maravilloso abrigo de lana negra. ¡Qué pieza! Tenía un fabuloso corte, de tacto tan sedoso como el puvis de un adolescente, brillante y sin botones; hecho a medida en 1913 para la mujer de un boticario de pueblo, a la cual tuve la suerte de conocer en una visita benéfica a un asilo de ancianos. Cierto es que prometí a la vieja, una entrañable abuelita ciega, que si me compraba dos números del viaje de fin de curso y me prestaba el abrigo esa noche, volvería a visitarla a la mañana siguiente; pero algunos asuntillos me retuvieron un pàr de años y cuando regresé al asilo, el lugar de su cama lo ocupaba una máquina de cafés y chocolates, automática y estupenda, en torno a la cual se arremolinaban las monjas celadoras, para sentirse, creo yo, más genuínas y más ellas : como embargadas por los aromas del torrefacto que recuerdan tanto a la Colombia y al África de las misiones.


martes, 13 de mayo de 2008

La culpa és del mestre (extracte d'una carta)

0 comentarios


... I vostè creu que la meva és una generació de somni?


Jo, senyoreta, sóc un dels mal anomenats primers fills de la Democràcia, un que va iniciar els pàrvuls amb la Constitució espanyola. En mi, en la meva formació, en la meva ànima, si vol, i en el meu pensament es van posar en pràctica totes les primeres idees o somnis de canvi que vostès, els mestres dels anys setantes i vuitantes del passat segle, van creure més encertats. I dic “van creure” amb el més pregon dels respectes perquè en els nostres dies, l’ús d’aquest verb sovint no va associat al menester de l’ensenyança. Els homes i dones de la meva generació som allò que més s’assembla a la NASA en qüestió d’experiments. Vam ser els primers que vam rebre l’ensenyança en català, els nens d’avantgarde, formats mental i moralment amb un poti poti de realitats lingüístiques. En el meu cas, d’una banda, i sempre a l’escola, la veu melodiosa d’en Xesco Boix que cantava allò de “Quan jo tenia pocs anys / el pare em duia a la barca...” —Mai podré estar prou agraït a la meva senyoreta Elvira per haver-nos posat “una placa” a classe amb les cançons d’aquell cantautor, que s’acabaria suïcidant pocs dies abans d’atendre el seu compromís amb la nostra escola—. I per l’altra, de banda, la veu de Perlita de Huelva, cantant allò de “Precaución, amigo conductor / la senda es peligrosa”, sortint del transistor de la meva mare. I és que jo, a més de la pega de ser fill de totes les nobles situacions històriques esmentades abans, també ho sóc dels meus pares, que són extremenys, i que vingueren a Catalunya el 1962, impel·lits per l’afany de prosperar i que van tenir la sort de veure realitzades les seves aspiracions ,en vida, el dia en que vam tenir a casa un aparell de televisió propi. I ho dic molt seriosament, perquè avui tenim de tot i, potser per això, no som capaços de materialitzar els nostres somnis.
Doncs bé, tot aquell “progressisme intel·lectual” al qual vostè es refereix, i que es dividia entre els partidaris de Giner i dels europeistes, poc ha pogut fer davant de la gran crisi de la docència que pateix aquest país. I no sóc cap derrotista ni tinc cap bony abúlic a l’ànima quan ho dic, només cal obrir una mica els ulls. I jo els obro, i com!, en escoltar les criatures quan es barallen, el que diuen, o en no escoltant-les, que es pitjor, quan romanen parades davant la televisió: aquell somni tan perillós que van veure fet carn els meus pares. De sempre les criatures han estat naturaleses cruels però els que pugen ara, a més, ho volen ser d’ignorants i de criminals. Què, no? Hi ha honroses excepcions, és clar, però els mestres poc poden fer davant la malaltia social que patim i que no goso de posar nom perquè cadascú n’hi posa un, i tots els noms titllen de “istes” els que li posen, d’una manera o una altra.
Arribats aquest punt, crec que és millor un món sense educació que un món amb una pèssima educació, com anem endegant, això sí, amb tots els drets que, sens dubte i sense possible discrepància, mereixem.

I amb tota aquesta parracalauraca vull dir que res és culpa de ningú i, per tant, malgrat totes les bones actuacions que es van fer durant els anys de la meva escola, malgrat les diverses posicions que poguessin adoptar aquells que van recollir el testimoni de la dictadura i el van truncar en democràcia, avui dia jo formo part de la generació més insulsa i endeutada en el benestar superficial, del qual fa propaganda, quasi bèl·lica, la televisió i els medis de comunicació, en general. Una generació de mentida podrida, un fals somni. Cervells que només entenen el món si el veuen del color del plasma, d’altra banda, el més bell i noble dels somnis que podia tenir una parella de noucasats els anys 60.


Tot plegat, una ironia.

martes, 6 de mayo de 2008

La eterna presencia

1 comentarios


Ahora, después de la preocupación y antes de la ocupación,
veo que no depende todo de mi, de mi eterna presencia,
esa con la que vivo negras las horas del día: observándome, preguntándome.

Y Lucas dirá de ÉL que dijo:
"Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios


Nos creemos, te creo y me crees que somos
(tu también)
el centro del universo.
Y la gravedad en torno a ti, de mi, que yira-yira, entrándote (nos) por las fosas nasales.
Y un remolino bum-bum, sórdido que sale de tu pecho, de mi pecho, y que es como la caja de un juguete que jamás quisiste, que hace tiempo que se disolvió en la boca del cubo de la basura, y del que sólo queda en el cartón, melancólica y brillante, la sonrisa de una niña de los años setenta.

"First I was affraid, I was petrified..."
La oyes en la oscuridad de una habitación en donde sólo yaces tú, o yo, pegado a una lágrima que se desliza fría, paralela a tu nariz.
Dejas de creer y te olvidas: te desa.cti.va.s.

Pero un día, quien-carajo-sabe-por-qué, te topas con tu estrella , la presencia agena: el otro...
Sales de ti mismo, o vuelves a ti mismo, para mezclarse con el paisaje, ser el blanco de un beso o la piel vibrante del tambor de una caricia;
Y te oyes nacer más allá del llanto, porque se abrieron tus oídos (effathá, que diría Él)

Y pides un favor, confias en ti, porque oyes que otro corazón (esa eterna presencia) también late solitario. Te conmueves, ya estás conmovido, porque no es el tuyo en ti, el mío en mi, sino que es el tuyo, el mío en el otro.

Mi hermana me ha ayudado, ha cogido el arado y no ha mirado atrás.
Lucas dijo "digno"; yo diría dignidad.

viernes, 25 de abril de 2008

Doctor Mort II

0 comentarios


Tothom que hi toca una mica rep una visita la vigília abans. Ell ho sabia, no puc explicar-ho científicament, però m’hi jugaria el coll que ho sabia. N’he vist molts casos després d’en Calabuig. La meva professió ajuda, és clar, però cal alguna cosa més per tal de copsar-ho, car, romandre a primera línia de batalla no és res si no observes amb la memòria. I jo ho sóc molt, d’observador. Vull dir, sensible als petits matisos en els canvis de la realitat. He dit memòria perquè és la sola facultat que ens permet de comparar allò que s’esdevé entre un punt anterior i un de posterior en el temps. Allò que hi ha entremig és la memòria.
Va ser una sort que jo hi fos, perquè en Calabuig tot es va esdevenir com de costum. El matí, el ritme cardíac i la pressió arterial gairebé es van normalitzar; la llengua, que feia dies que no li cabia a la boca, se li va desinflar; a les ungles dels peus li havia tornat la consistència de la duresa i havien perdut el color lilós de la sang lenta, que amb prou feines li circulava de cintura avall. A les pupil·les, (tot i que encara semblaven de vidre aquós) ja no li vibraven blanquinosos els iris, talment com si fossin rodaments bojos entorn la boca oberta d’un pou. Crec que va ser exactament això darrer la cosa que m’hi va fer parar-hi atenció. Sí, aquella petitíssima distorsió en el blau pregon dels ulls d’en Calabuig. Altrament no hagués estat gens excepcional la seva evolució. En tots els cossos, els canvis físics són gairebé sempre els mateixos unes hores abans. Sembla com si carn i ment es reconciliessin. Però no dura gaire, no. La calma es revolta sobtadament, tipa i plena de força perquè s’està menjant alguna cosa de dins amb grogor de febre. A mitja tarda es rebel·la la disnea i després, durant algunes hores, el cos sembla quiet, empetitit. Però la calma rovella la sang per dins amb un foc punyent, queixalada rera queixalada, fins que acaba dissolent completament l’aparell anatòmic. Hi ha gent que durant aquest xup-xup deixa anar per la boca els records infantils, els cauen dels llavis, rodolant, com si la memòria fos una ceba, la primera capa de la qual conservés la primerísima imatge de la mare. Després, inexorablement, la calma es disol com una ombra calenta sobre el llit, i el cos cedeix.
Tot i això, mai abans m’havia trobat amb cap cas com el d’aquell vell. Algú que es mostrés tant desitjós que jo conegués el seu secret. Vés a saber si ara per culpa d’això no estarà pagant la factura de la indiscreció, perquè, segons el que he deduït de les seves paraules, la única condició que ella et posa durant la visita és que... Res semblava anormal, tot va estar bé en la gravetat de les hores: dins la cambra, el meu silenci, i fora, d’en peus s’esperava la Mort de Calabuig.

lunes, 14 de enero de 2008

LA MOMIFICACIÓN VISTA POR UN GRIEGO

0 comentarios


LA TÉCNICA PLASTIDÉCOR

En ocasiones uno abre el cajón de la infancia y saca de él folios encerados con monigotes, o collages hechos con lentejas y macarrones, o laberintos de lana, en fin, todas esas obras, dibujos primeros que va repitiendo, con mayor o menor acierto en la técnica, a lo largo de su vida. Esas pasiones, proemios de nuestro libro de "mayores decepciones" son importantes porque nos configuraron una vez el alma, o el carácter.
Hoy me veo en la necesidad de explicar que cuando era niño (lo he dicho en otro lado, seguro, pero de otra forma) sentía una curiosidad muy sana por el antiguo pueblo de los egipcios. Bueno, ese apelativo se lo daría mi padre, que fue un hombre educado en un buen colegio, de padres y madres postizos, pero para definir lo que quiero decir, bien me vale. Esa admiración y curiosidad que sentí por la civilización del Nilo la quiero homenajear aquí con la inclusión de un texto que me parece muy interesante. No tuve noticia de él hasta que fui adulto, lo que viene a demostrar, como dije antes, que en realidad uno pinta y pinta una y otra vez los mismos monigotes, con mayor o menor acierto, según el humor y las digestiones que padece.




LIBRO SEGUNDO o de EUTERPE
Herodoto de Halicarlaso

"LXXXV. Por lo que hace al luto y sepultura, es costumbre que al morir algún sujeto de importancia las mujeres de la familia se emplasten de lodo el rostro y la cabeza. Así desfiguradas y desceñidas, y con los pechos descubiertos, dejando en casa al difunto, van girando por la ciudad con gran llanto y golpes de pecho, acompañándolas en comitiva toda la parentela. Los hombres de la misma familia, quitándose el cíngulo, forman también su coro plañendo y llorando al difunto. Concluidos los clamores, llevan el cadáver al taller del embalsamador.

LXXXVI. Allí tienen oficiales especialmente destinados a ejercer el arte de embalsamar, los cuales, apenas es llevado a su casa algún cadáver, presentan desde luego a los conductores unas figuras de madera, modelos de su arte, las cuales con sus colores remedan al vivo un cadáver embalsamado. La más primorosa de estas figuras, dicen ellos mismos, es la de un sujeto cuyo nombre no me atrevo ni juzgo lícito publicar. Enseñan después otra figura inferior en mérito y menos costosa, y por fin otra tercera más barata y ordinaria, preguntando de qué modo y conforme a qué modelo desean se les adobe el muerto; y después de entrar en ajuste y cerrado el contrato, se retiran los conductores. Entonces, quedando a solas los artesanos en su oficina, ejecutan en esta forma el adobo de primera clase. Empiezan metiendo por las narices del difunto unos hierros encorvados, y después de sacarle con ellos los sesos, introducen allá sus drogas e ingredientes. Abiertos después los ijares con piedra de Etiopía aguda y cortante, sacan por ellos los intestinos, y purgado el vientre, lo lavan con vino de palma y después con aromas molidos, llenándolo luego de finísima mirra, de casia, y de variedad de aromas, de los cuales exceptúan el incienso, y cosen últimamente la abertura. Después de estos preparativos adoban secretamente el cadáver con nitro durante setenta días, único plazo que se concede para guardarle oculto, luego se le faja, bien lavado, con ciertas vendas cortadas de una pieza de finísimo lino, untándole al mismo tiempo con aquella goma de que se sirven comúnmente los egipcios en vez de cola. Vuelven entonces los parientes por el muerto, toman su momia, y la encierran en un nicho o caja de madera, cuya parte exterior tiene la forma y apariencia de un cuerpo humano, y así guardada la depositan en un aposentillo, colocándola en pie y arrimada a la pared. He aquí el modo más exquisito de embalsamar los muertos.

LXXXVII. Otra es la forma con que preparan el cadáver los que, contentos con la medianía, no gustan de tanto lujo y primor en este punto. Sin abrirle las entrañas ni extraerle los intestinos, por medio de unos clísteres llenos de aceite de cedro, se lo introducen por el orificio, hasta llenar el vientre con este licor, cuidando que no se derrame después y que no vuelva a salir. Adóbanle durante los días acostumbrados, y en el último sacan del vientre el aceite antes introducido, cuya fuerza es tanta, que arrastra consigo en su salida tripas, intestinos y entrañas ya líquidas y derretidas. Consumida al mismo tiempo la carne por el nitro de afuera, sólo resta del cadáver la piel y los huesos; y sin cuidarse de más, se restituye la momia a los parientes.

LXXXVIII. El tercer método de adobo, de que suelen echar mano los que tienen menos recursos, se deduce a limpiar las tripas del muerto a fuerza de lavativas, y adobar el cadáver durante los setenta días prefijados, restituyéndole después al que lo trajo para que lo vuelva a su casa.

LXXXIX. En cuanto a las matronas de los nobles del país y a las mujeres bien parecidas, se toma la precaución de no entregarlas luego de muertas para embalsamar, sino que se difiere hasta el tercero o cuarto día después de su fallecimiento. El motivo de esta dilación no es otro que el de impedir que los embalsamadores abusen criminalmente de la belleza de las difuntas, como se experimentó, a lo que dicen, en uno de esos inhumanos, que se llegó a una de las recién muertas, según se supo por la delación de un compañero de oficio.

XC. Siempre que aparece el cadáver de algún Egipcio o de cualquier extranjero presa de un cocodrilo o arrebatado por el río, es deber de la ciudad en cuyo territorio haya sido arrojado enterrarle en lugar sacro, después de embalsamarle y amortajarle del mejor modo posible. Hay más todavía, pues no se permite tocar al difunto a pariente o amigo alguno, por ser este un privilegio de los sacerdotes del Nilo, los que con sus mismas manos lo componen y sepultan como si en el cadáver hubiera algo de sobrehumano. "

0 comentarios




Consideracions sobre

DÉU I LA MORT



Sempre en la meva línia.

Diuen els entesos en matèria filosòfica que la recerca de la pau de l’esperit és quelcom reconfortant i talment allò per la qual cosa val la pena de viure. Un cop trobada, la dita pau, –donat el cas que algú pogués envanidir-se d’haver-ho aconseguit - un no ha de fer res més per tal de justificar la seva presència en aquest món. Ha assolit el Nirvana, la comunió amb Déu i ja pot, dit en una paraula, dinyar-la, àdhuc, sospito li seria permès de llençar-se a un pou o posar el coll dins la baga sense por al foc de l’infern o la ferotge murmuració veïnal.
Però, crec que us estimo massa, o si més mínimament com per no desitjar-vos tanta felicitat en aquesta perillosa pau. Tanmateix, vull donar-vos testimoni d’uns pensaments que crec us poden ser profitosos, tot i que pel tema i segons a quines hores poden semblar estantissos.


El doble.


A la Grècia arcaica, quan un home desapareix per sempre o ha mort sense que se’n pugui trobar el cadàver i no es poden complir els ritus funeraris, el difunt —o millor dit, el seu doble, és a dir, la seva psyché — vaga sense fi entre el món dels vius i el món dels morts. Ja no és del primer, però encara no ha trobat lloc en el segon.
Per conjurar aquest espectre que podia comportar maleficis als vius, es feia un doble de pedra, el colossos —nom que en un principi no té valor d’estatura — i amb l’estàtua se substituïa el cos del difunt que així podia rebre les exèquies. El colossos no és una estàtua que reprodueix les faccions del mort, és una estela que es clava el terra, en un bosc no cultivat, símbol de l’altre món, que s’eleva cap el cel. El nom del difunt era invocat tres vegades damunt la pedra perquè aparegués la seva psiché sota la forma d’un fantasma (asma). A través del colossos el difunt fa patent als ulls dels vidents la seva presència que és, també, el signe d’una absència. En el curs dels rituals, el difunt efectua el pas entre el món dels vius i el dels morts. I de la mateixa manera els vius, a través dels colossos, es projecten en la mort.»



ECKHART, Escissió de la Fisis (Natura)


L’ull amb el què Déu em veu és el mateix ull amb el qual jo veig Déu, el Seu ull y el meu ull són un de sol. En justícia jo sóc pensat en Déu i Ell en mi. Si Déu no fos, jo no seria. Si jo no fos, Deu no seria. Tanmateix, no és necessari que tot això sigui de domini públic, car aquestes són les coses fàcils de malinterpretar i no poden ésser enteses només pel concepte.
Natura naturans (Natura naturalitzant): el misteriós poder que crea l’univers amb el seu pensament, potser sap que la realitat se sustenta d’una concepció unitària. Natura naturata (Naturaleza naturalitzada (causa – efecte): cada un de nosaltres només té accés a un caos de dades disperses. Condemnat a una visió contradictòria i fragmentada, la paraula gravita damunt la nostra existència, però aquesta paraula només pot accedir aq la referència o a la metàfora; en definitiva, palesa la disjunció total a què una cultura de la mort ha aconduït a l’home. Natura naturans + Natura Naturata = Deus sive Natura (Déu és la Natura).



Tajalli al-Haqq.


En general, els sufís, especialment els de l’escola d’Ibn ‘Arabî, consideren el cosmos com la teofania (tajallî) de la Veritat Divina (al‑Haqq) que es renova a cada moment. La creació és aniquilada a cada instant, la qual cosa en cert sentit també és afirmada pels teòlegs. La totalitat de l’univers passa per un fenomen d’expansió i contracció (al‑ratq wa'l‑fatq). En la primera fase del procés, l’Hàlit Diví o «Hàlit del Compassiu» (nafas al‑rahman), que és la substància fonamental del cosmos, manifesta totes les coses exterioritzant y donant existència (ex‑sistere) als arquetips celestials immutables (al‑a'yân al-thâbitah), mentre en la segona fase totes les coses retornen al seu Origen Diví en el què estan eternament presents. Així doncs, el cosmos depèn de forma absoluta de la seva Font Divina, sens la qual, literalment, seria res.


Tzimtzum (Contracció)


El concepte de tzimtzum, la contracció i "remoció" de la llum infinita de Déu per tal de permetre la creació de realitats independents, està elucidat en les ensenyances de l’Arizal. En les generacions que el succeïren, es varen desenrotllar dues escoles de pensament respecte al significat del "tzimtzum": una prengué el concepte literalment (és a dir, que la llum infinita de Déu ja no és present dins el “buit” o “úter” de la creació de l’univers) mentre que l’altre, la del Baal Shem Tov i els seus deixebles després d’ell, van entendre que aquest concepte no devia ser interpretat literalment, sinó més aviat era una referència a la manera segons la qual Déu va imprimir la seva presència sobre la consciència de la realitat finita.
En veritat, d’acord amb l’acceptada segona opinió, des de la perspectiva de Déu, com si hi fos (la Seva omnipresència i la de la Seva infinita llum és permanent), sense experimentar cap canvi abans ni després de la Creació. Des de la nostra perspectiva, tanmateix, la seva llum sembla desaparéixer. Això no és necessari pel propi acte de la Creació, la concessió del lliure albir l’home i la consumació del màxim desig de Déu de “rebel·lar-se aquí baix”
Un dels dilemes filosòfics que troben la seva resolució en la doctrina del tzimtzum és com emergir la finitut de l’infinit i la pluralitat d‘una unitat absoluta.


No vull glossar massa el que queda palés amb la meva selecció, tan sols puc meravellar-me dels pensaments antics que, com les piràmides d'Egipte, es van alçar a mans nues, sense l'asistència de l'obligada tècnica de la qual ens vanagloriem de disposar avui dia -estudis, estudis i gens de contemplació- i la qual no és res més que la prolongació d'allò que -no ens hem d'enganyar a nosaltres mateixos-, ja s'ha dit, àdhuc abans de dir-se per primera cop.