A bad end - Plumas de marabú
I've been thinking, oh yeah, as usual: thinking, thinking again and again. And the only answer I’ve got from-all-that-thinking is a merely conclusion, an sparkling light in the dark.
My Lord:
I pray for someone who can drive me, my Lord.
Not driving me home, no, I need someone who saves me from this hell, this ordinary and private horror; someone able to be aware of my writings, teach me the way to write over my thoughts, plus ultra my thoughts, because they are becoming ideas in my head, perhaps voices of voices.
Atrezzo: And, as I pray, lots of true tears, almost honey tears, bloom from my red eyes down to my temples. I feel scary, later on I laugh, and then my nose gets blocked, and my hands, made a mass of comprised flesh, are almost a rock, a solid and white rock.
A voice: No master is going to appears in front of you and say: "Hey, I wil. Me: But I deserve it
A voice: “If everyone got all what they deserve, humanity would die from starving. Me: He’s right. I feel worse, even worse. Are you God? A voice: Silence. Me: Shall I ask you for a prove? A voice: Certainly....you are already MAD.
My Lord:
I pray for someone who can drive me, my Lord.
Not driving me home, no, I need someone who saves me from this hell, this ordinary and private horror; someone able to be aware of my writings, teach me the way to write over my thoughts, plus ultra my thoughts, because they are becoming ideas in my head, perhaps voices of voices.
Atrezzo: And, as I pray, lots of true tears, almost honey tears, bloom from my red eyes down to my temples. I feel scary, later on I laugh, and then my nose gets blocked, and my hands, made a mass of comprised flesh, are almost a rock, a solid and white rock.
A voice: No master is going to appears in front of you and say: "Hey, I wil. Me: But I deserve it
A voice: “If everyone got all what they deserve, humanity would die from starving. Me: He’s right. I feel worse, even worse. Are you God? A voice: Silence. Me: Shall I ask you for a prove? A voice: Certainly....you are already MAD.
PLUMAS DE MARABÚ
Andaba yo esa noche revuelta, envuelta y disuelta en el edredón de mi cama ,sin saber por qué. Y juro que no era una de esas noches en las que el imsomnio me devoraba las oraciones llevándome a recorrer mi cama cien mil veces, en el sentido de las agujas del reloj; es más, había llegado a experimentar durante unos segundos ese momento que parece eterno, en que el cerebro se pone el pijama y se acurruca calentito, calentito en la pluma de sus sueños.
El caso fue que ese instante pasó, dando lugar a una necesidad física. No me refiero a orinar ( en este punto fui escrupulosamente instruída en mis años infantiles para hacerlo siempre antes de irme a dormir ); me refiero a esa otra necesidad física que en ocasiones tenemos las damas y que no es más que la de pasearse por casa, calzada con unos discretísimos tacones de aguja de 12 cm.
Al principio llevaba la bata puesta pero, a pesar de que la bata de invierno es una prenda que abriga mucho y que acompaña otro tanto en las expediciones nocturnas a la cocina, en busca de un vaso de agua; a pesar, digo, de los indiscutibles momentos de confort que proporciona una buena bata recia; regalo de algún cumpleaños indefinido, estampada a cuadros y pelotas chatas, mezcla de merino y algodón; no pude evitar reconocer que ya no andaba en consonancia con mi simpático calzado. Y como a mí me gusta ir siempre arreglada del todo, decidí quitármela. Entonces sentí frío y fue porque, a parte de la bata y de los tacones, no me cubría el cuerpo más prenda que un anillo enorme de oro, con un rubí tallado de las dimensiones de un garbanzo cocido, regalo de un magistrado retirado. Y es que las joyas visten mucho, pero no abrigan otro tanto.Suspiré un momento y entonces hice lo más natural: saqué del cajón de los calcetines un par de medias rosa "panti", bordadas sobre red, con unas manzanitas de seda blanca en las que, alternamente y sin dar sensación de patrón, aparecen unos conejitos o cabras pigmeas que juegan al mus. Me las enfundé enseguida, claro, y sentí como el calor envolvía mis piernas en una sinfonía casi pornográfica de carne, de frutas y de cabras ludópatas. Cubrir el pecho fue algo más dificil, pues el marabú de plumas de flamenco añil ,que suelo acompañar con las medias en esas ocasiones, lo tenía en la tintorería. Di un rápido repaso al vasto y poblado universo de mi armario y me decidí a llevar un maravilloso abrigo de lana negra. ¡Qué pieza! Tenía un fabuloso corte, de tacto tan sedoso como el puvis de un adolescente, brillante y sin botones; hecho a medida en 1913 para la mujer de un boticario de pueblo, a la cual tuve la suerte de conocer en una visita benéfica a un asilo de ancianos. Cierto es que prometí a la vieja, una entrañable abuelita ciega, que si me compraba dos números del viaje de fin de curso y me prestaba el abrigo esa noche, volvería a visitarla a la mañana siguiente; pero algunos asuntillos me retuvieron un pàr de años y cuando regresé al asilo, el lugar de su cama lo ocupaba una máquina de cafés y chocolates, automática y estupenda, en torno a la cual se arremolinaban las monjas celadoras, para sentirse, creo yo, más genuínas y más ellas : como embargadas por los aromas del torrefacto que recuerdan tanto a la Colombia y al África de las misiones.
El caso fue que ese instante pasó, dando lugar a una necesidad física. No me refiero a orinar ( en este punto fui escrupulosamente instruída en mis años infantiles para hacerlo siempre antes de irme a dormir ); me refiero a esa otra necesidad física que en ocasiones tenemos las damas y que no es más que la de pasearse por casa, calzada con unos discretísimos tacones de aguja de 12 cm.
Al principio llevaba la bata puesta pero, a pesar de que la bata de invierno es una prenda que abriga mucho y que acompaña otro tanto en las expediciones nocturnas a la cocina, en busca de un vaso de agua; a pesar, digo, de los indiscutibles momentos de confort que proporciona una buena bata recia; regalo de algún cumpleaños indefinido, estampada a cuadros y pelotas chatas, mezcla de merino y algodón; no pude evitar reconocer que ya no andaba en consonancia con mi simpático calzado. Y como a mí me gusta ir siempre arreglada del todo, decidí quitármela. Entonces sentí frío y fue porque, a parte de la bata y de los tacones, no me cubría el cuerpo más prenda que un anillo enorme de oro, con un rubí tallado de las dimensiones de un garbanzo cocido, regalo de un magistrado retirado. Y es que las joyas visten mucho, pero no abrigan otro tanto.Suspiré un momento y entonces hice lo más natural: saqué del cajón de los calcetines un par de medias rosa "panti", bordadas sobre red, con unas manzanitas de seda blanca en las que, alternamente y sin dar sensación de patrón, aparecen unos conejitos o cabras pigmeas que juegan al mus. Me las enfundé enseguida, claro, y sentí como el calor envolvía mis piernas en una sinfonía casi pornográfica de carne, de frutas y de cabras ludópatas. Cubrir el pecho fue algo más dificil, pues el marabú de plumas de flamenco añil ,que suelo acompañar con las medias en esas ocasiones, lo tenía en la tintorería. Di un rápido repaso al vasto y poblado universo de mi armario y me decidí a llevar un maravilloso abrigo de lana negra. ¡Qué pieza! Tenía un fabuloso corte, de tacto tan sedoso como el puvis de un adolescente, brillante y sin botones; hecho a medida en 1913 para la mujer de un boticario de pueblo, a la cual tuve la suerte de conocer en una visita benéfica a un asilo de ancianos. Cierto es que prometí a la vieja, una entrañable abuelita ciega, que si me compraba dos números del viaje de fin de curso y me prestaba el abrigo esa noche, volvería a visitarla a la mañana siguiente; pero algunos asuntillos me retuvieron un pàr de años y cuando regresé al asilo, el lugar de su cama lo ocupaba una máquina de cafés y chocolates, automática y estupenda, en torno a la cual se arremolinaban las monjas celadoras, para sentirse, creo yo, más genuínas y más ellas : como embargadas por los aromas del torrefacto que recuerdan tanto a la Colombia y al África de las misiones.
3 comentarios:
De quién es?
Hola Estigia: Quién eres?
El boceto de poema es mío: le falta un chup-chup, ya sé. En breve pondré a la avispa en otro sitio, le daré un poquito de color a la chispa y le pondré un digno final. Estas cosas necesitan reposar, fermentar, descomponerse y putifraccionarse para que acaben estando tan ricas como el jamón. Después de todo, un jamón es una pierna amputada al cadaver de un animal, puesta a secar y servida a tropescientasmil el kilo.
Abrozos
A tu respuesta firé que me llaman Flaca, y soy la voz de la eouforia y la tristeza más sódida, mismamente, si estar triste es feo y hasta negro. Anónimo, ¿respondes a algún nombre? Sino respondeme: Dime niña, ¿dónde naces?
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