Entornó los ojos extasiado y condujo discretamente el dedo índice de su mano derecha al remolino de su ombligo. Hundió su yema en él con timidez, como quien prueba una salsa. Y al llevarlo de vuelta a su nariz reconoció al instante en el tíbio calor de la carne la agria esencia de su espíritu.
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