Diego de Torres Villarroél
De un siglo tan oscuro en España como lo fue el de las Luces, aparece, se aparece, fulmina y fulguran las palabras del Maestro De Torres. Su Vida, su obra Vida, es un recetario, un recipiario (sí, talcosa existió) de la táctica empleada para combatir la inquina de los hombres. Combatir como combate un gato que bate panza arriba sus bigotes, fibras gruesas en las que tartamudean las lágrimas de un cocodrilo.
Sí, hoy inquina, TOCA INQUINA, la mía. Para todos esos espantajos que miran desde lo alto la curva de mi panza, abierta y descubierta al mundo sin saber que dentro, más adentro de lo que jamás verán jamás, late mi vida y mi esperanza, que lo són sólo de mí y mías.
No os maldijo entonces Don Diego, quien abandonó el juicio de su vida a los críticos y al Mundo sabiendo, sa-bi-en-do, que para cuando el fallo le fuese propicio, de él no quedarían ni huesos ni ceniza; ni carne, ni momia; ni pelos prietos en la piedra del lomo de una sus obras. Pensaba (seguro que pensaba) que tan sólo, sólo de nadie como él, panza arriba, se abrirían mis mis ojos, ojos que os observan llorosos como los de un cocodrilo.